Enrique Falcó. Angelito en pelea
continua con su diablillo
“¡Yo no soy
rencoroso… pero el que me la hace me la paga!”.
Esta frase tan
seria, edulcorada quizás con algo de “fino” humor, la ha soltado
el menda en innumerables ocasiones sin ningún tipo de complejos y
ante incredibilidad de la concurrencia. Y la he pronunciado tal que
así, sin más, sin anestesia y sin nada, porque no puedo dejar de
afirmar que de esta guisa es como me siento y así, de forma tan
sincera lo expreso.
Me veo en la necesidad de confesar ante todos
ustedes que es probable que sea este feo sentimiento, el rencor, mi
peor y más vergonzante defecto. Porque en el fondo, es cierto, soy
algo rencoroso. Y es que no puedo evitarlo. Siempre trato de ser
buena persona, se los juro, pues ya he dejado constancia por escrito
tanto en esta Tribuna como en mi Blog que considero que es lo más
importante en la vida y la meta de cualquier hombre
independientemente de su condición, raza o religión.
Pero uno no es
más que un ser humano, y como tal, también está sometido a sus
bajezas más deplorables. Esta cuestión no deja de resultarles algo
chocante a mis familiares, amigos y conocidos, que tienen a priori un
concepto de mí algo más bonachón, el de una persona sin malicia
ninguna, muy simpaticote y tal.
Alguno de ustedes también podrán
sentirse asombrados, pues pensarán que con lo graciosote que suelo
ser, no parece que sea amigo de sentimientos tan horribles. “¡Quién
lo iba a decir!”- Pensará más de uno. “Con lo gracioso y
simpático que parecía cuanto contaba que estaba más gordo que elmuñeco de Michelín.”
Pues lo siento, señores, no soy perfecto, y
aunque puedo prometer y prometo que jamás he hecho daño alguno a
alguien, sí conservo en el fondo de mi corazón sentimientos tan
deleznables, aunque cierto es también que dirimo una batalla diaria
contra ellos en las que desgraciadamente no soy siempre el vencedor.
Ya saben ustedes que en la guerra nunca hay vencedores, sino
vencidos.
El problema es que el
rencor genera odio, y el odio es hijo de la venganza y nieto de la
rabia más miserable que se oculta en el fondo de nuestra alma. La
venganza dicen, es un plato que se sirve frío, y a mi hay platos que
me gustan bien calentitos, como la sopa. No sé si me entienden. No
me gusta nublar mis sentidos y dejarme llevar por el rencor, las
ansias de venganza, en definitiva, lo peor de mi condición humana.
Está claro que el único camino indivisible hacia la curación de
este sentimiento es el perdón y el olvido. Que fácil sería si
fuésemos como los ordenadores, y pudiéramos resetear el disco duro
de nuestros sentimientos cada vez que algo no funciona bien. Que
pudiéramos reiniciar Windows cada vez que nuestro rendimiento no
fuera todo lo óptimo que se espera de nosotros.
“Perdono, pero no
olvido” otra gran frase que desgraciadamente se cuentan entre las
mías. No se equivoquen, es tan puñetera como la que abre el
artículo de hoy. Debo hacer un esfuerzo para conseguir las dos
cosas, perdonar y olvidar, aunque quizás, por otra parte no esté
nada mal no olvidarse de todo, pues la alerta permanente puede ser
buena consejera para evitar decepciones repetidas para con tus
congéneres.
Quizás, y les
aseguro que estoy tratando de ser lo más sincero posible, la única
ventaja de ser tan rencoroso sea la de reconocerlo tan abiertamente,
el de saber y ser consciente de qué pie cojeo. Quizás sea esto lo
que pueda conseguir que en el futuro sea capaz de corregirme. La
verdad es que no quisiera alimentar para siempre desde lo más
profundo de mi corazón sentimientos tan negativos.
Reconozco que hay
veces, en caliente, que he pensado cosas horribles de muchas
personas, y que por ellas debería purgar en el Infierno hasta el fin
de la eternidad. En mi defensa habría que matizar que estas personas
me han hecho o han intentado hacerme daño, a mí o a los míos, y
ante esta situación la realidad torna y te presenta a ti como el más
cruel de aquellos a los que deseas lo peor.
Ya que estamos
hablando de frases célebres, sacaré a la luz para terminar otra que
también goza de gran popularidad, que es la de “el que ríe el
último, ríe mejor”.
No se dejen engañar, pues tal máxima
encierra enorme cantidad de mala leche, amén por supuesto de grandes
dosis de rencor y venganza. Desde estas páginas, les aseguro que
seguiré luchando para ser mejor persona, para no reír el último,
sino siempre, al principio y al final, y sobre todo para no tomar el
plato frío, pues aquel que lo sirve no sazonará más que de
desgracias su corazón hasta el final de sus días, y cuando se dé
cuenta, es posible que sea demasiado tarde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario