Ustedes
ya me conocen, no tengo ningún problema con mi cuerpo serrano,
cuanto menos trauma ni complejo alguno. Ahora bien, tampoco estoy
tonto, ni ciego, por lo que no se me ocurriría comparar jamás mis
michelines con los abdominales de Cristiano Ronaldo.
A mi favor
habría que señalar que soy muchísimo más guapo e inteligente,
aunque tal dosis de animosa vanidad poco o nada cuentan hoy en día
en los superficiales tiempos que nos ocupan.
No
considero que el 90% de la humanidad posea un cuerpo digno de ser
exhibido como Dios lo trajo al mundo, lo que vulgarmente se conoce
como en pelotas. Yo aún diría más, mi querido Hernández, es más
que probable que esté pecando de generoso al manejar dicha cifra en
tan rotunda afirmación.
Reconociendo esta evidencia, que supongo que
comparten conmigo, me cuesta mucho creer ese ansia, esa necesidad
indomable, esas ganas de muchos de nuestros congéneres de ambos
sexos de mostrarnos sus atributos a la menor oportunidad que se les
presenta.
Me
viene ahora mismo a la cabeza, por citar a algún personaje famoso,
el recuerdo espeluznante del Boris Izaguirre de los primeros años de
Crónicas
Marcianas,
en donde el polifacético showman venezolano no descansó hasta que
los televidentes presenciamos sus inconmensurables posaderas tantas
veces, que podían ser visionadas sin necesidad de guardar ya aquella
horrible imagen para nuestras peores pesadillas.
Gracias a Dios, mi
menda tuvo la enorme fortuna de perderse el programa donde obsequió
a la millonaria audiencia con unas lamentables imágenes de lo que él
consideraba “su micropene”.
En el caso del famoso escritor y
presentador era obvio que sí escondía algún desorden emocional o
pasado traumático, pero no por ello debemos, las personas honradas y
trabajadoras, purgar pena alguna contemplando su horrorosa desnudez.
Hoy
en día a la peña le encanta eso de empelotarse a la menor excusa,
de verdad. Tendrían que ver (si no lo han visto ya) la de fotos y
videos que rulan por Internet de personas anónimas al alcance de
cualquiera de nosotros. Y no sólo de adolescentes y jóvenes,
quienes quizás podrían disponer de una disculpa por aquello de la
falta de madurez, sino de hombres y mujeres de todas las edades y
condiciones sociales.
Todo
esto lo comenzaron, si no me falla mi prodigiosa memoria, en los 90,
la selección femenina de fútbol de Australia, por aquello de llamar
la atención, ya que nadie les hacía caso como jugadoras de fútbol,
que es lo que eran. Realmente constituyó un acierto, pues por
aquellos días el asunto supuso un boom de lo más original, y
consiguieron llamar poderosamente la atención de la opinión
pública, y además millones de personas se maravillaron con sus
atléticos cuerpos.
También la genial y divertida película Full
Monty,
dirigida por Petter Cattaneo, tiene mucha parte de culpa, pues tras
su estreno en 1997 comenzó a ser costumbre aquello de empelotarse
para organizar algún acto benéfico, o para protestar por alguna
noble causa, o por alguna precaria situación laboral.
La gente puede
hacer lo que quiera, pero un servidor opina que ya es suficiente con
tener problemas en el trabajo como para que encima tenga uno que
exhibirse en pelotas ante la opinión pública.
Quienes
se pirran por quedarse en cueros para la elaboración de calendarios,
o subastas para recaudar dinero, suelen ser de dos tipos. Unos, los
que disponen de cuerpos esculturales y se mueren por enseñarlos, y
otros, los que engañándose así mismos creen que son poseedores de
dichos cuerpazos y que se mueren igualmente por mostrarlos a la
concurrencia.
Recuerdo con cariño un equipo de fútbol extremeño
que se atrevió a hacer algo parecido a los de las jugadoras
australianas, y el día que se pusieron en ventas sus calendarios
sólo se escuchaban frases críticas de los aficionados sobre su
físico. Lamentablemente no vendieron calendarios ni a sus
familiares, quienes tuvieron el buen gusto de no comprarlos y
pagarles religiosamente para la causa para no tener que soportar la
horrible visión de tan esperpéntico espectáculo.
Un compañero
intentó convencernos hace años de que protagonizáramos uno de esos
calendarios para el año 2007.
Su idea para la portada era la de él
mismo, como no, dispuesto a cuatro patas, portando un antifaz y con
el culo en pompa, con un 2 y un 7 a la izquierda y derecha de su
trasero.
Ya imaginarán ustedes cuáles eran los dos ceros que
faltaban en el medio.
A partir de entonces los compañeros empezamos
a darle de lado, y gracias a Dios fue despedido pocos días después
por causas aún desconocidas.
Desconfíen, queridos amigos, de
cualquier compañero o amigo que les comente una idea en pos de
protagonizar algo parecido.
La gente decente solo se despelota cuando
se ducha, o se encuentra en la intimidad de su hogar a salvo de
miradas ajenas. Desde estas páginas puedo prometer y prometo que no
castigaré a la humanidad con la horrenda visión de mi cuerpo
desnudo en la medida que me sea posible.
Y no vayan a pensar los
machotes de turno que es por aquello del tamaño, que tampoco digo yo
que sea algo fuera de lo común, pero a día de hoy aún no he
recibido quejas, lo cual ya es mucho.
Se trata de una cuestión de
principios, buen gusto, y sobre todo de educación.
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