Drazen Petrovic y Fernando Martín. ¿Quien no querría emularlos? |
Mi generación, la de los que ahora tenemos treinta y tantos años, se crió en la calle, en una época en la que la imaginación y el lema: «solo no puedes, con amigos sí» sustituía y superaba con creces cualquier ñoñería electromagnética de las posteriores, quienes seguramente cuentan con más amigos virtuales que los de carne y hueso de toda la vida.
Mi domicilio familiar, sito en la Avenida de Fernando Calzadilla de la capital pacense, que entonces no era más que una prolongación de la carretera de Valverde, contaba con la inmejorable ventaja de una calle trasera, ‘Manuel García Matos’, sin salida, prácticamente vacía, y a la que los niños del barrio y alrededores teníamos la sana costumbre de acudir casi a diario a participar en los más inverosímiles juegos, aquellos que nos procuraron una infancia bastante más amena y agradable que la de muchos niños de papá de los de ahora, criados a la sombra de Internet y de las nuevas tecnologías.
En aquella época, en la que por culpa de aquella selección nacional de la plata del 84, y un tal Drazen Petrovic, junto con los Bird, ‘Magic’ y Jordan, el baloncesto era casi más importante que el fútbol, los niños del barrio no podíamos dar la espalda al sueño que suponía convertirse en el nuevo Epi, Fernando Martín, o aquellos jóvenes tan increíbles del Juventud de Badalona, Jordi Villacampa y Rafa Jofresa.
A falta de aros, una mancha en forma de rectángulo sobre la vieja pared, que lindaba con la ya entonces abandonada cárcel de Badajoz (hoy Museo MEIAC) y una placa de vado permanente situada encima del garaje de en frente, sustituían a las flamantes canastas con sus aros y tableros que sólo podíamos disfrutar en las horas lectivas.
Las reglas eran claras e irrebatibles. Conque solo una parte del balón tocara la mancha o parte de la placa, los dos puntos volaban hacia tu marcador, y el menda siempre ha tenido mucha puntería, ustedes ya me entienden. Muchos se preguntaban, en mi época en el equipo de baloncesto del General Navarro, cómo era posible que aquel base fuera capaz de marcar triples a tabla con tanta facilidad como el famoso internacional puertoriqueño ‘Piculín’ Ortiz. Supongo que es un ejemplo parecido, aunque salvando las grandes distancias, al de la ‘Bomba’ Navarro, quien se crió, al contrario que los niños de mi barrio, bombeando balones hacia un aro sin tablero.
Nos divertíamos jugando a nuestra manera, nos hacía sentir especiales, orgullosos de nuestra imaginación y destreza, pero aun así hubiéramos ardido con gusto durante un tiempo prudencial en las calderas del mismísimo Infierno por poder contar con un par de canastas de las de verdad, de aquellas que hacían ese ruido tan característico al pasar el balón por el aro y aterrizar en la red, que te ponía la carne de gallina y te llenaba de un gozo casi orgásmico incapaz de definir.
Nunca llegaron las deseadas canastas, y mira que lo intentamos de la única manera que sabíamos, suplicando a nuestros padres, para que estos a su vez presionaran al Ayuntamiento, para que nos pusieran aunque solo fuera un aro pegado a la pared de la vieja cárcel. El padre de alguno era un médico importante, el de otro era trabajador de la Junta, mi propio padre era el jefe del Gabinete de prensa del Ayuntamiento en la época de Manuel Rojas. Me consta que muchos lo intentaron, pero no hubo tu tía, y eso que hubieran conseguido hacer felices a centenares de niños de la ciudad.
Años después, treinta y cinco abriles y algunos kilos de más, me encuentro con la sorpresa de una pista multifunción construida, sin que nadie lo pidiera, en la misma puerta de mi casa, con sus dos canastas y porterías de fútbol, en un barrio, Cuartón Cortijo, de reciente construcción, en la que la mayoría de vecinos somos jóvenes parejas, algunas de las que valientemente van trayendo poco a poco a nuevos pacenses al mundo.
Ya me veía embelesado, imaginándome tan feliz y dichoso, presenciando los primeros pasos de los niños del barrio, de mi propio hijo si algún día me decido a traerlo al mundo, convertirse en el nuevo Calderón, o al menos entablando lazos de amistad, divirtiéndose con sus amigos, aprendiendo y formándose a través de los nobles y necesarios valores del deporte.
Lamentablemente, en menos de dos meses, algunos indeseables ya han destrozado los aros. Si al menos hubiera sido en un momento de gran inspiración deportiva, protagonizando el salto y posterior mate de su vida, hubiera tenido alguna justificación. Pero seamos realistas, como dice un amigo, la naturaleza vandálica del pacense es digna de estudio.
Me embarga una horrible sensación de asco y tristeza. De frustración y fatalismo. Sigamos gastando dinero inútilmente aspirando a ser Capital Europea de la Juventud, mientras recortamos en educación, y no obtendremos más que sueños, columpios y canastas rotas, adornadas de propina por colillas de tabaco de liar y alguna botella de whisky, que para colmo de desgracia ni siquiera será de Loch Lomond.
Publicado en Diario HOY el 10/04/2014
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