Los peculiares «álbumes-diario» del escritor y periodista Antonio García Orio-Zabala se exponen en la muestra que le recuerda en la Biblioteca Regional
Mi compañero Enrique García Calderón, periodista jubilado, pasó mucho tiempo aquí, en esta misma redacción en la que tecleo estas palabras. Pero es también ese niño al que he visto esta mañana en la foto dispuesta en la vitrina de la Biblioteca Regional, una de las vitrinas que alberga la exposición ‘Antonio García Orio-Zabala. 1913-1975’. La foto está pegada en uno de los numerosos «álbumes-diario» que el escritor y periodista que protagoniza la muestra, padre de Enrique, compuso a lo largo de toda su vida y que han sido donados por la familia a la institución, junto con originales literarios, ejemplares de su biblioteca personal y otros recuerdos.
Y digo compuso porque los diarios no sólo están escritos: llevan pegados fotos y trozos de papel garrapateados, dibujos hechos al alimón y caricaturas. Y una de las fotos muestra a mi compañero Enrique con apenas cuatro o cinco años, sujetando una pequeña trompeta. Su padre cogió aquella foto y escribió al lado: «Enrique sentado en el bar de la fuente toca la trompeta». Y luego, en otro trozo de papel: «Voz lejana! ¡Niño!: Cómo sigas tocando la trompeta, ¡te empujo!»
Recuerdos familiares, casi íntimos como éste, forman parte fundamental de la exposición sobre Antonio García Orio-Zabala, uno de los nombres históricos en el devenir de este periódico y una peculiar personalidad en la forma de hacer periodismo en la Extremadura de la parte central del siglo XX.
De Antonio García Orio-Zabala se cuenta que tenía su propio chófer para venir al periódico; que gozaba una mesa reservada con su nombre en el café La Marina, donde escribía muchos de sus artículos; que fue designado alcalde de La Albuera tras la guerra civil y que suyo fue el artículo ‘Patriotismo’ que provocó el cabreo del gobernador civil del momento y la detención del autor y del entonces director del HOY, Narciso Campillo, que ingresó por ese motivo en la cárcel y llegó a ser rapado como se hacía con los presos de la época. Y todo es verdad.
Enrique dice que la primera y fortísima vocación de su padre fue la militar, siguiendo la tradición de su propio padre y tíos, que fallecieron como consecuencia de heridas sufridas en la guerra de Marruecos. Con ese bagaje ingresó en el colegio militar de Toledo y participó en la guerra civil, de la que no le gustaba hablar. Piensa Enrique que el aspecto inacabado de su novela ‘La última fanega’ se debe a que la narración había llegado al tiempo de la proclamación de la Segunda República y que Antonio no deseaba adentrarse en el relato del periodo de la guerra. Le guardaba algo de rencor a Azaña por haber cerrado la Academia General Militar a la que no pudo asistir y así se lo confesó a Enrique en una de aquellas madrugadas de Badajoz en la que abandonaban juntos el local del viejo HOY en la Plaza de Portugal, Enrique ya corrector y Antonio, redactor de noche, ambos rumbo a las calles Vasco Núñez y Pedro de Valdivia, donde tenían su domicilio.
Tras su fracaso como militar, estudió varias asignaturas de Ingeniería en Madrid pero se volvió a Badajoz a administrar algunas fincas de su madre. Y entonces emergió su vocación de escritor, que se tradujo en novelas, obras de teatro ( ‘Cortijeros’, con música de Joaquín Macedo), sainetes que sus hijas representaban con las compañeras del colegio Santo Ángel ( ‘Compuesta y sin novio’) y pasodobles y poemas diversos, de todo lo cual proporciona mucho material la exposición de Badajoz. Y artículos. Miles de artículos y columnas, otra de las cuales, ‘Navidad en tiniebla’, le costó su destitución como alcalde.
Enrique dice que su padre no tenía vocación de político ni carnet de conducir y que tuvo que prescindir del chófer a los 50 años, cuando se arruinó. Es entonces cuando ingresó en HOY, del que hasta entonces había sido solo colaborador. «No se le cayeron los anillos por empezar a trabajar a esa edad», narra Enrique.
Su hijo le recuerda feliz en sus últimos años como redactor de cierre en HOY. A los trabajadores del taller les llamaba sus «legionarios». Había sublimado su pasión militar y se había hecho periodista.
Publicado en Diario HOY el 22/06/2013 por Mercedes Barrado Timón
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