Tan inevitable como el respirar es el
sano ejercicio de relacionar unas palabras con otras, para que ambas denoten y
connoten pareja ilusión, alegría y felicidad, o por el contrario ayuden a
diversificar y compartir lo negativo o traumático que nos produzca su imagen
mental en lo más hondo de nuestra sesera.
Es curioso cómo esta unión temporal de
palabras torna con los años amparándose en la ineludible transformación de
circunstancias que padecemos los seres humanos. De niño la feria de San Juan eran
“los cacharritos”. Así de sencillo. De adolescente la relacionaba más bien con el botellón y bellas muchachas desprovistas de casi toda su ropa, con pantalón
muy ajustado o faldas no más anchas que cualquiera de mis cinturones. Ahora de
adulto el nuevo recinto casi ha desaparecido en el horizonte de mis recuerdos,
y me contemplo tomando cañas y tapas en los bares de la ciudad, lejos del
incómodo tumulto mezclado con polvo al que se le suma un viaje interminable de
ida y vuelta.
Si acaso los puestos de cariñena con
barquillos, y por qué no confesarlo, aquellas locuciones inolvidables de los “Hermanos
Pernía” o la jauría de tómbolas son las que me obligan a pisar, aunque sólo sea
por una o dos jornadas, el nuevo recinto.
Pero trasladémonos de nuevo en el
tiempo hacia la infancia, ya que sin duda son los niños pacenses quienes más
disfrutan de nuestra Feria.
Cuando era pequeño “los cacharritos”
me volvían loco, pero los de los niños pequeños, los más seguros. Aquellos que
por ejemplo se limitaban a unas tranquilas vueltas en plan “tío vivo” sin más
sorpresa que el arranque de la atracción o un inocente sube y baja. Y así era
feliz. Nunca brotó deseo alguno en mi precavida y pueril naturaleza de
exponerme a peligro cualquiera por nimio que se mostrara.
El menda era más de
reírse en “La cámara de los espejos”, aquellos
que deformaban nuestra imagen de manera tronchante, que de gritar como
loco en aquel “Tapiz” que parecía que iba a soltarse para mandar a las primeras
de cambio a todos sus ocupantes al país vecino. Disfrutaba más tratando de
hallar la salida en “El laberinto de cristal” que enjaulándome en “El barco
pirata”. Creo que ustedes me van entendiendo.
Siempre contemplé la posibilidad de un
accidente en las atracciones de feria como una de las muertes más atroces que
se me ocurrían en mi calenturienta imaginación, formada a base de cómics,
películas juveniles de Hollywood y dibujos ochenteros, como la celebrada “Dragones y Mazmorras”, serie infantil
animada que ayudó a alimentar mi celo sobre las atracciones, ya que en ella, un
joven grupo de amigos, se ve inmerso sin comerlo ni beberlo en una pesadilla
cruel y fantasmagórica en lo que a priori era un divertido día en el parque de
atracciones.
Esta pequeña aprensión debe de ser
algo parecido a lo que algunos experimentan al volar en avión, acción por
cierto, que jamás causó miedo o pavor en mi persona. De accidentes en los
cacharritos alguno hemos tenido en nuestra ciudad, y varios especialmente
desgraciados en nuestro país, pero seamos francos y reconozcamos que son tan
poco probables como los accidentes de avión, y que hay más oportunidades reales
de pegarse una considerable leche caminando tranquilamente hacia el trabajo que
en una de estas atracciones, y esto es algo, que les cuento por propia
experiencia.
De repente, la naturaleza sigue su
curso y la Feria de San Juan ya no se representa en mi cabeza a través de
aquellos “cacharritos” tan ingenuos e inofensivos, y la necesidad y el deseo de
hacerme notar ante el juvenil género femenino consiguieron que me convirtiera en
un experto en no chocar en “Los Autos de Choque”. Pero el destino no está
carente de cierta ironía, y no se iba a conformar sino poniéndome a prueba de
la manera más cruel y traumática.
Una noche de San Juan, a mis 15
primaveras, trataba de terminar la noche intentando conseguir algo más que
palabras de cierta homóloga femenina mientras acompañábamos a otro amigo y su
ligue en un desfile de atracciones cada cual más pavorosa y temible. No sé
quien tuvo la maldita idea, pero cuando escuché lo de: “¡Vamos a montarnos en
el Enterprise!” no sé muy bien cómo fui capaz de mantener el tipo, fingiendo
incluso que ninguna idea por estupenda que fuera me podría apetecer más.
¡Los siguientes minutos fueron
horribles! Desde la inquieta calma que precede a la más cruenta de las batallas
me di cuenta que jamás volvería a ser la misma persona.
Cuando la atracción
comenzó a moverse a una velocidad que a mí me pareció la de la luz, de mi alma saltó
para siempre al vacío lo poco de niño que quedaba en mi cuerpo de adolescente.
Si no vomité ni me mareé, ni expulsé líquidos o sólidos alguno fue sencillamente
porque estaba muy concentrado en sujetarme tan fuerte como si temiera soltarme
para caer al fondo de las calderas del mismísimo Infierno.
Al terminar de dar vueltas, aquella
mágica noche de San Juan me había convertido en un hombre, y como tal, jamás
volvió a darme vergüenza alguna reconocer que aquello no era precisamente lo
que más me gustaba en el mundo. Es más, desde entonces repetía a viva voz y
abiertamente a todo el que quisiera escucharlo que aquello del “Enterprise” era
una tontería como un templo más propia de niños que de hombres, y que uno ya
estaba muy crecidito para según qué chorradas. ¡Hasta yo mismo me lo creía!
Todavía
hoy, alguna noche veraniega de la Feria de San Juan encuentro este trocito de
alma infantil perdida dentro de los ojos de algún preadolescente valentón
dispuesto a todo por conquistar a aquella niña con la que preferiría estar
paseando de la mano e intercambiando sus primeros besos por el ferial, en lugar
de someterse a tan singular tortura.
Pero nadie dijo que hacerse mayor fuera
cosa sencilla o fácil, y en el transcurso de la vida hay que afrontar peligros
inimaginables y situaciones que te gustaría evitar.
Es ley de vida, no siempre puedes quedarte al margen esperando para contemplar lo bien o lo mal que lo pasan los demás en el “Enterprise”.
Excelente! Prácticamente es el recuerdo de todo adolescente de la época!
ResponderEliminarlo mío es verídico de verdad! nunca he vuelto a montarme en el enterprise... ni ganas! gracias amigo!!!
EliminarAun recuerdo lo mal que lo pase en un ataque de valentía similar en el barco vikingo de los c......
ResponderEliminarAl entrerprise ni me monté ni por tutatis que me verán montarme.