Cuando evocamos a la memoria y
realizamos un nostálgico viaje en el tiempo a través de nuestros
recuerdos, es casi imposible no vislumbrarse a uno mismo inmerso en
la magia del Carnaval pacense. Siempre existe una mención especial,
un momento entrañable que se desarrolla disfrazado y rodeado de
amigos o familiares, disfrutando del baile de máscaras con la
inconfundible banda sonora de tambores y pitos que ya, desde la
fiesta de las candelas, se empeñan en recordarnos que estamos en esa
breve época del año en la que merece la pena olvidarnos de todo lo
malo y dedicarnos a disfrutar como buenamente podamos de una fiesta
de la que presumimos y que sin duda es tan grande como nuestra.
Pero existe otra banda sonora, que
también acompaña a los espectros que figuran en nuestra sesera
desde la niñez. Me refiero naturalmente a las murgas, y muy
especialmente al concurso de estas agrupaciones que se desarrolla
desde el año 1982.
Aun recuerdo cuando había que
sintonizar un canal en aquellas viejas televisiones de los años 80
para disfrutar del concurso de murgas que entonces se desplegaban en
el viejo y entrañable Teatro Menacho, en donde ahora existe un Zara
al que miro con el desprecio que supone una traición a tan
especiales momentos vividos en el interior de su sagrado recinto, en
donde la magia del cine y del teatro me ayudaron a crecer a sabiendas
que los sueños pueden cumplirse si nos lo proponemos todos los días.
Aquellos primeros concursos eran tan
rudimentarios como entrañables. Cargados de buenas intenciones y un
espontaneo y envidiable sentido del humor, en detrimento eso sí de
cierta armonía vocal y musical y cuanto menos de calidad en el
vestuario. Pero lo esencial eran las ganas de pasarlo bien, algo que
lamentablemente en los últimos años no ha trascendido tanto como
otros aspectos a la postre bastante menos románticos que van más
allá de intentar conseguir esa media sonrisa o explosiva carcajada
que los amantes del concurso buscamos en cada edición sin descanso.
El nivel de las murgas así como la
preparación de los murgueros aumentó. Llegaron las nuevas reglas y
a finales de los 90 se acabó con aquel bendito desorden en el que
cada formación cantaba lo que quería y como quería. Algunos de los
murgueros más veteranos no acogieron de buen grado estos cambios,
pero es indudable que la "profesionalización" de este
concurso nos ha proporcionado a lo largo de los últimos años
momentos inolvidables e impagables de humor y felicidad. Sigo sin
comprender a aquellos que solo apoyan a una murga o a las más
populares cuando todas las agrupaciones pueden proporcionarnos
excelentes momentos.
Un aspecto que siempre ha llamado
poderosamente mi atención es el grado de "frikismo" que
rodea toda la parafernalia que supone el concurso: Colas enormes para
conseguir entradas, puyas constantes al jurado, canciones dedicadas
entre las propias murgas o críticas en las letras sobre aspectos muy
particulares que se tratan como si fueran conocidísmos. Llega un
momento, en el que un espectador que no conozca profundamente todos
los avatares del mundo carnavalero puede llegar a sentirse
desorientado respecto a la temática de una actuación.
Sin duda fue en la edición de 2007 en
la que todo este grado de frikismo alcanzó su mayor cota de
espectacularidad. La murga "Los Niños", a la que guardo
especial simpatía por aquello de ser coetaneos en edad y aportar
risas y buen humor en todas sus participaciones, realizó un
extraordinario ejercicio de originalidad y humor surrealista al
parodiar y homenajear a la vez a aquellas primeras murgas del
concurso.
Con el nombre de "Los
Viriviriflantas. Feliz Carnaval 1986" la divertida formación
parodiaba con mucho respeto y en tono de humor lo que podría haber
sido la actuación de una murga debutante en aquel año. Para ello
llevaron al límite su intervención (cantar algo desafinado,
redobles y voces que entraban a destiempo, simplicidad y rimas
absurdas en las letras, anarquía de movimientos en el escenario...
hasta los antiguos micrófonos de pie y los recortes de serpentinas)
hasta el punto de incumplir una de las normas del concurso.
Utilizaron música que no era original en un pasodoble, algo no
permitido por las nuevas reglas pero imprescindible para la
naturaleza de su disfraz y de los personajes de la actuación, ya que
por aquellos años, prácticamente todas las murgas utilizaban el
tanguillo de los carnavales de Cádiz para sus pasodobles.
Una genialidad que no fue entendida
como tal por los miembros del jurado, y por parte de algunas
agrupaciones, por lo que fueron descalificados, poniendo fin a una de
las actuaciones más extraordinarias (en todos los sentidos) que ha
tenido lugar en el Concurso de Murgas.
Irrefutablemente, "Los Niños"
se han ganado a pulso escribir con su arte un pedacito de la histora
de este concurso, hasta el punto que esta edición será conocida en
un futuro como "El Carnaval de Los Niños", el de su
ausencia, el del año que no participaron en el concurso de murgas,
haciendo bueno el dicho que asegura que aunque nadie sea
imprescindible existen huecos que son mucho más difíciles de llenar
que otros.
Esperemos que sea una anécdota, o
¿Por qué no? Incluso otra de sus bromas, y los tengamos con las
pilas cargadas en el concurso del 2015. El Concurso de Murgas de
Badajoz será grande eternamente, pero sin duda alguna , con "Los
Niños" siempre será mejor.
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