Don de Loch Lomond

Don de Loch Lomond

martes, 6 de enero de 2015

El príncipe destronado


No deja de entristecerme lo tranquilo que duermo cada noche del 5 de Enero. Desde hace ya muchos años, se me hace corta, como casi todas las noches, a pesar de que antaño se me antojaba eterna y realmente interminable.

Yo siempre creí en los Reyes Magos, y aunque opinaba que aquello de la cabalgata era un rollazo. A Sus Majestades las veneraba, ayudado quizás por los maravillosos e increíbles sucesos que me narraban mis padres sobre el poder de estos y lo grandioso de su magia, bondad y amor a todos los niños.

Hasta que nació mi hermano pequeño, yo era el encargado de abrir la puerta del salón en la mañana del 6 de enero, aquella puerta que señalaba el camino hacia la ilusión y la felicidad, que no volvería a llegar hasta el próximo año.

Mis padres y hermanas siempre me cuentan que cuando nació mi hermano pequeño, yo sentía celos. De corazón les confieso que nunca albergué tal sensación en mi imberbe inocencia. Quería a mi hermano; el problema por lo visto es que no ejecutaba cabriolas de alegría el día que me enteré de su llegada al mundo y que me fastidiaba no poder jugar con mis amigos en casa porque hacíamos mucho ruido y él estaba dormido y era muy pequeño y podíamos despertarlo, pero sí he de reconocer que me dolió la primera vez que fue él el encargado de abrir la puerta de aquel maravilloso salón en casa de mis padres. Desde entonces nada volvió a ser lo mismo.



 

Parte de aquella bendita ilusión se había esfumado, amparada quizás por una natural progresión de conciencia y una mera cuestión de edad que iba mostrando lo obvio de la situación. 

Al contrario que muchos niños, nunca me sentí traicionado, ya que de una forma u otra siempre he creído en la magia en sí y en la ilusión que producen los Reyes. Quizás el problema sea que estamos matando poco a poco la ilusión.

En un mundo como el nuestro en donde cada vez hay menos niños y parecen ser éstos una molestia más que una bendición, no solemos tener reparo ni discreción a la hora de realizar nuestras compras. Existe una especie de necesidad en esta sociedad, no sé si consciente o no, de impulsar insistentemente a los niños hacia la edad adulta. Entre todos, adultos, televisión y centros comerciales, transformamos poco a poco ilusión e inocencia en realidad y practicidad. En algunos anuncios de la tele de juguetes aparece el precio en cuestión, y en montones de centros y jugueterías muestran cartelones en plan “Reserven aquí sus regalos de Reyes”.

Muchos padres sin pretenderlo han sido responsables de la temprana pérdida de inocencia por su poco sentido de la discreción o cuidado, algo que nunca ocurrió en mi casa. Como diría “Helen”, la esposa del revendo “Lovejoy” en “Los Simpson”: “¿Y los niños? ¿Es que nadie piensa nunca en los niños?”.

Como niños nos queremos sentir todos estos días, pero no es fácil, y menos con la que está cayendo y la que se avecina. El pasado 5 de enero, momentos antes de comenzar la jornada en mi trabajo, me vi sorprendido por una especie de mesa redonda en la sala de descanso donde varios compañeros recordaban con nostalgia y dulce sonrisa, cómo preparaban sus zapatos la noche del 5 de enero, y las delicatessen con la que obsequiaban a Sus Majestades.

 

Mi menda, como en los últimos años por estas fechas, estaba gruñón y de mal humor, así que escondí mi rostro tras una de esas estúpidas revistas de corazón, como si me interesara muchísimo que Chenoa vuelve a estar soltera, tapando mi cara mientras me empapaba de todo y me envolvía un anhelo de tristeza y de melancolía. No quise participar en la conversación, así que se lo cuento a ustedes ahora.

Mientras muchos de mis amigos les dejaban leche o café con leche y galletas, e incluso cubos de agua para los camellos, para mí, lo normal era dejar unos cigarros y qué se yo, un buen wiskazo o bebida de licor. En el fondo mi padre, aunque no alcanza mi sentido del humor, a su manera siempre ha sido un cachondo mental.

-¡Hay que ver la de colillas que hay! ¡Y se han trajinado media botellita! - Exclamaba asombrado y divertido ante el buen fumar y la implacable sed de sus graciosas Majestades. A mí que a los Reyes les gustara fumar y beber whisky me parecía lo más normal del mundo. ¡Qué tiempos! Si eso ocurriera hoy y se enteraran los servicios sociales, a mis padres les retiraban la custodia, fijo.

La pasada noche de reyes volví a sentirme como un príncipe destronado, al que le han robado la ilusión. Será que todavía no hay niños pequeños por casa que te obliguen a disimular y a participar en la alegría del momento, a insistir en la magia y en la ilusión y a volver a ser un niño feliz a través de sus asombrados ojos rebosantes de entusiasmo y fascinación. Les confieso que en el último instante me traicionó el subconsciente y dejé junto a los zapatos una botella de LOCH LOMOND y tres vasos.



No me sorprendió nada comprobar que estaba intacta a la mañana siguiente. No sé en qué estaría pensando, pero existen momentos, en que a pesar de aceptar que ya no somos niños y sobrellevar con dignidad el paso del tiempo, uno no puede dejar de pensar que Melchor, Gaspar y Baltasar acudirán algún día al rescate en pos de la ilusión y la magia perdida que el niño de ayer no supo contagiar al hombre de hoy.


Publicado en Diario HOY el 08/01/2012

 

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