Algunos lo llamaban La Oje, otros La Paz, Santa Marina o las pistas de
Pardaleras. Yo siempre me referí al complejo polideportivo de la calle Stadium
como ‘La Juventud’.
El lugar perfecto para acudir un viernes después de clase o
los sábados por la mañana a jugar al baloncesto, al fútbol sala, incluso al
tenis, donde a lo mejor si tenías suerte, podías disfrutar de un descanso
mezclándote entre el público del partido de los juveniles del Flecha Negra.
Nunca
se me ocurrió mejor lugar para pasar las interminables jornadas de verano.
Recuerdo con cariño aquel enorme campo de tierra donde debuté como líbero del
‘Héroes de Cascorro de Santa Marina’, contra aquel ‘Flecha Negra’, legendario
equipo local del que al año siguiente también ostentaría el honor de sudar su
camiseta.
En aquellas pistas, una gran parte de mi generación aprendió todos los
valores humanos que sin duda inculca la práctica del deporte, y muchos
comenzamos a sentir poco a poco el importante paso de niño a hombre cuando nos
entraba el cosquilleo en el estómago, al comprobar cómo las niñas del Santo
Ángel se aproximaban a las gradas, cuchicheando entre ellas, aun vestidas con su
uniforme, mientras nos sonreían o jaleaban para hacernos notar que estaban allí
únicamente por nosotros.
La foto de Vicente Arnelas que publicó este periódico
el pasado miércoles 18 de diciembre, es una instantánea desoladora que jamás
tendrían que haber contemplado estos mismos ojos que antaño creyeron presenciar
lo más cercano al paraíso de la juventud y el deporte.
Pretendíamos hace dos
días ser la Capital Europea de la Juventud cuando cada día en esta ciudad
destruimos con toda impunidad lo poco de juventud que aun se mantiene en
nosotros.
No sé, y si les digo la verdad, ni siquiera me importa, en que diablos
se convertirá aquel infierno de escombros que sobrevive a un recuerdo tan
hermoso de mi adolescencia, pero yo siempre recordaré ‘La Juventud’ con la misma
nostalgia y alegría con la que John Lennon recordaba ‘Strawberry Fields’,
lamentando, eso sí, que ninguno de nuestros hijos podrá revivir ni uno solo de
aquellos maravillosos recuerdos al convertirse en adultos, ni siquiera cerrando
los ojos, como en la dulce canción de mi beatle predilecto.
Publicado en Diario HOY el 23/12/2013
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